Me niego a ser un zombie

15/03/2016 2019-05-29 22:07

Me niego a ser un zombie

Me niego a ser un zombie

Hoy les voy a contar una historia de frustración, llanto y tristeza. No, no es una novela de Thalia, pero podría serlo. Sí Thalía no se hubiera casado con Mottola y siguiera de este lado del río.
Después de varios intentos fallidos de ser una persona “normal”, cumpliendo con lo que la sociedad espera de uno y trabajar para supuestos líderes, decidí mandar todas esas expectativas, personas y reglas a donde se merecen, a la fregada. ¿Y qué creen? sigo respirando, y mejor que antes.

Hace un tiempo, me encontraba sentada en mi escritorio, el que parecía ser parte de mi cuerpo; como si fuera otra extremidad. En aquel momento supuestamente estaba trabajando arduamente, pero en realidad, estaba llorando por dentro como si fuera una puberta al escuchar que Nsync se había separado. Ahí, como vil zombie frente la computadora, cuestionaba mis decisiones laborales; me sentía frustrada, deprimida, cansada, harta e incomprendida.

En mis antiguos trabajos tuve muy malos ejemplos de superiores. A veces, sus ocurrencias me hacían sentir como personaje en un reality show similar a Big Brother. En otras ocasiones como si fuera parte de una secta. Digo, era una manera de mantener mi sentido del humor, porque se lucían con sus tácticas para mantener a su equipo funcionando. Obviamente, todos estos ingredientes creaban un gran descontento. No había día en que no escuchara las historias de inconformidad de alguno de mis compañeros. Muchas veces los vi agachar la cabeza por miedo a perder su trabajo o que el jefe comenzará a cuestionar su lealtad y al final, siempre los vi conformarse con ese trabajo por pensar que no había más, pero esos compañeros sabían fingir muy bien frente a los demás para guardar apariencias y ser felices, tan bien que hasta ganas me daban de darles un Oscar. Como ellos, yo también aborrecía mi trabajo. La única diferencia era que yo no nací con ese don de ser la próxima gran actriz de Televisa.

Yo no quería ser como ellos, no quería estar en un lugar simplemente porque pagaban bien, porque se veía bien en mi curriculum, porque tenía miedo, porque tenía que ser una más del montón o porque tenía que quedarme callada para ser un buen empleado. Pero, como siempre, las historias siempre tienen dos versiones; está el otro lado de mí, que sí quería serlo para evitarme tantos problemas existenciales. Ya estaba harta. Todas estas situaciones simplemente me estaban sumiendo en una depresión que me carcomía entrañas. A diario me preguntaba si yo era la que estaba mal por pensar diferente y no querer las mismas cosas. Me lo pregunté tanto que llegué al punto de convencerme de que yo era el problema y tenía que cambiar mi forma de ser para encajar. Claramente en ese momento necesitaba una cachetada, y con el tiempo, me la dieron.

Para no hacerla de emoción, mi último jefe, en su intento de motivarme para echarle más ganas al trabajo, me dijo algo que me hizo reaccionar. Era justo lo que necesitaba. Ese día nos hablaba de como él no creía en la creatividad, que este país no la valoraba y obviamente, tampoco dejaba dinero. Nada. Él era un tipo bastante enfocado en la marmaja; así como ese famoso MC una vez dijo: ¡Dinero, dinero, dinero! Esa era su filosofía. Después de su letanía que me dejó perpleja, continuó poniendo como ejemplo a una persona presente, que a mi parecer, era la mejor opción para seguir desmotivándome. Mi jefe comentaba que este empleado ejemplar una vez había sido como yo, que había tenido ese mismo pensar y la misma problemática. El empleado ejemplar, confirmó su comentario, y agregó diciendo que él se había deprimido por esa misma razón, por tener esa ideología pero al pasar el tiempo, se acopló a la forma de trabajo y ahora es feliz, mientras hacía con una de sus manos una seña con la que nos daba entender que estaba ganando un buen dinero. Lo único que sentí en ese momento fue pena ajena y en mi cabeza me dije que era momento de dejarme de tonterías. Definitivamente no quería verme como ese empleado ejemplar, fingiendo felicidad y haciendo señas extrañas. A los días renuncié y le dije adiós al zombie que llevaba dentro.

Pero, a estas alturas, debo puntualizar algo. No, el punto de esta historia no es que me quedé como nini o desempleada. La moraleja es que estar inconforme e ir contra la corriente no es gran pecado como muchos lo quieren hacer ver. No venimos a este mundo para darle gusto a todo ser humano, venimos a buscar eso que nos hace disfrutar más de nuestros días, como si Mhony Vidente nos dijera que mañana se acaba el mundo. Comete los errores que tienes que cometer, di “no” cuantas veces tengas que hacerlo, si sabes que eso es lo que te llevará a donde quieres estar. Si allá afuera no encuentras ese trabajo que te llene, créalo. Busca a tus cómplices para la aventura y toma el riesgo. No tenemos que vivir conformándonos con trabajos mediocres o nosotros siéndolo, simplemente por ganar unos pesos y dejar ganar al miedo. Somos lo suficientemente capaces para crear un mundo mejor, así como toda Miss Universo.

Después de toda esa novela godínez que viví, encontré aliados con los que disfruto una nueva etapa, donde aprecio todo lo bueno y malo que pasa, porque el emprender tiene muchas altos y bajos, pero cuando estás con las personas correctas, no tienes esas ganas de irte a comprar cubetas de helados para sanar las heridas. Te sientes feliz de darte esa oportunidad.
Jamás había sentido la satisfacción en un trabajo como la que siento ahora. Disfruto cada hora y ya no me tengo que cuestionar a diario si ser yo está mal, al contrario, ahora estoy donde siempre quise estar, dando mi tiempo sin restricción alguna y riéndome a carcajadas.

Si te está pasando algo similar a lo que me paso a mí, créemelo, no te vas a morir por dejar ese trabajo nefasto y serle fiel a tus ideales; sí hay una luz al final del túnel, con una hamaca y cervezas bien heladas. Renunciar, no es significado de fracaso y mucho menos de que te morirás de hambre.

Xoxo,
Un ex zombie.